El “Canfranero” es el nombre con el que se conoce popularmente a la línea de ferrocarril que une Zaragoza y la localidad de Canfranc, su creación y vida está plagada de curiosidades y ha sido protagonista de varios hitos y momentos estelares en la historia, no sólo de España, sino de Europa.
Ya su creación es original, ya que estuvo gestionada por un indiano, a mediados del siglo XIX, Narcís Hereu Matas, que se enriqueció durante Guerra Civil de los Estados Unidos y desde su residencia en París fue el promotor de este ferrocarril, con idea de que fuera un nexo entre España y Francia.
El recorrido del Canfranero es de casi 200 kilómetros a lo largo de una difícil y variada topografía, desde el desierto de los Monegros a los altos valles de los Pirineos, lo que obligó a la realización de ambiciosas obras de ingeniería que se plasman en puentes y viaductos espectaculares, como el Viaducto de Cenarbe y otorga al viaje un amplio espectro paisajístico con multitud de tonalidades.
La realización de las obras de este complejo camino de hierro se ha convertido en un auténtico modelo de intervención en la naturaleza, ya que para su creación hubo que prácticamente un nuevo paisaje: se plantaron árboles (más de siete millones), se canalizaron torrentes, construyeron diques y hasta se desvió el curso de un río para dar cabida a la impresionante Estación Internacional de Canfranc, tanto por su tamaño como por su arquitectura modernista y la enorme profusión de ventanas.
La línea férrea fue inaugurada a principios del siglo XX, en la época de Alfonso XIII y durante su vida, hay capítulos dignos de una película de alto presupuesto, por ejemplo el del oro de los nazis, ya que Canfranc fue uno de los más importantes puntos estratégicos de paso de las tropas hitlerianas durante la II Guerra Mundial, y esta vía férrea fue utilizada como el gran camino de salida de los botines de la expoliación nazi, con una leyenda viva acerca de un tesoro, popularmente conocido como el “Oro de Canfranc”.
Marga G.- Chas Ocaña